sábado, 7 de junio de 2008

Pensando en identidades y diversidades...

por Gabriela A. Ramos

Habitualmente cuando en la escuela nos referimos a la diversidad cultural pensamos en estrategias didácticas para trabajar con niños-as y jóvenes que pertenecen a sectores vulnerados, con su problemática particular -sobre todo después de la crisis 2001- y tenemos muy presente la variable “clase social” para su enfoque. También podríamos enfocar la diversidad tomando en cuenta las diferencias culturales que provienen de familias de países limítrofes y que nos interpelan con sus costumbres: otros modos de hablar y de relacionarse entre pares y con los adultos, otras comidas, otros modelos para pensar la organización familiar y muchas veces hasta otros matices para las mismas creencias religiosas. No dejamos de pensar en cómo incluir a los-as estudiantes provenientes de países asiáticos. También, dentro de la educación para la multiculturalidad encontramos interesantes desarrollos que plantean la cuestión de los pueblos originarios y diversas etnias nativas, sobre todo en regiones como el NOA y el NEA favoreciendo, por ejemplo, el bilingüismo.

¿En cuántos casos abrimos el concepto de diversidad para pensar las diferencias de géneros en la institución escolar? ¿Cuántos planteos teóricos y desarrollos pedagógicos existen sobre el tema? ¿Cuánto silencio lo rodea? ¿Incluye el concepto “diversidad cultural” a la “diversidad sexual”? ¿Estamos pensando en una educación inclusiva y democrática también para los, las, lxs alumnos-as-xs que no respondan necesariamente a la heteronormativad obligatoria? O será que el concepto “diversidad cultural” instala en el mismo acto de su enunciación un doble proceso de inclusión-exclusión que si no lo ponemos en cuestión puede profundizar la función homogeneizante y estigmatizante que una educación que pretenda lograr la equidad debería esforzarse por evitar?

En toda práctica social hay producción de sentido, se juegan transacciones de significados. Los escenarios escolares son lugares privilegiados de construcción de identidades, también de identidades sexuadas. Construcción de identidades en términos del re-conocimiento de diferentes etnias, clases, creencias religiosas, generaciones, géneros, capacidades. La escuela permitirá poner en escena y contribuirá a la configuración de las identidades socialmente valorizadas y en simultáneo reforzará la representación de “lo otro”, de “lo diferente” asignándole un valor inferior fomentando de este modo la discriminación. “Lo otro” no es sólo lo diferente, también es “lo inferior”, “lo anormal” en términos de sexualidad. “Lo abyecto” en términos de Butler . De aquí al surgimiento del concepto de tolerancia hay un solo paso…

El enfoque que me ayuda a pensar estas cuestiones se opone al esencialismo que considera que la identidad está dada, es innata, aún la identidad sexual. Sostiene que la sexualidad humana es natural equiparando los conceptos de sexualidad y genitalidad y reduciendo la sexualidad humana al plano de la actividad sexual animal con lo cual la reproducción sería su fin último. Así, “…las creencias del punto de vista conservador y patriarcal sobre la sexualidad humana, sostenido desde la filosofía, la medicina, el derecho, la religión dogmática, (postularían) tres enunciados:

1. los sexos son sólo dos: masculino-femenino
2. las relaciones sexuales tiene como fin la procreación
3. la familia es una unidad natural…”

Si bien es cierto que el construccionismo social, marco teórico que me sostiene, escasea en recursos acerca de lo intrapsíquico para explicar los modos en cómo se estructura el deseo sexual en las personas, puede ser un punto de partida para la comprensión de lo que entiendo por sexualidad. Incluyendo a la sexualidad como parte constitutiva del ser humano que atañe profundamente a su identidad, me interesa pensar, entonces, qué entendemos por identidad: ¿qué hace a alguien “ser quien es”, “ser como es”, “hacerse” sujeto, constituirse con determinados rasgos y atributos? ¿Soy uno-a de una vez y para siempre con una esencia inmutable en el tiempo o me pienso como sujeto en su devenir, con su historia y en su tiempo?
¿Qué ha generado que la identidad sea pensada como un estado fijo y “natural” en cada ser humano? La tradición moderna nos ha llevado a concebir de una determinada manera a la identidad, coherente con una idea de sujeto moderno. Este sujeto es pensado en sentido cartesiano como dueño de sí mismo, pura conciencia, autocentrado, autosuficiente, sujeto del conocimiento, claramente recortado del mundo y de los objetos, a distancia, dueño de la naturaleza y de este mundo “sensible y engañoso” y a la vez recipiente de saberes. La identidad es, para esta corriente, estado fijo, punto a alcanzar que se establece y escasamente se moviliza o diferencia de sí mismo, un lugar distinguible de otros al que se llega en determinado momento del desarrollo, supuestamente, natural del sujeto. Un lugar que, una vez obtenido, “garantiza” una respuesta cierta a la pregunta por quién soy o quién es el otro-la otra. Un punto de llegada, una meta.
“La respuesta esencialista a estas preguntas naturaliza identidades y las mantiene en singular (el niño es..., la mujer es..., el varón es..., el negro es..., el inmigrante es..., la mujer pobre es..., el adolescente villero es...) Toda singularidad puede ser metida a presión en algún molde de éstos forzando la coincidencia de cada uno/a con un modelo identitario predeterminado hegemónico. Así también hay identidades culturales, de género, etnia o clase que pueden ser colectivas pero que funcionan como grandes formatos adonde caben muchos sujetos pensados como idénticos (las mujeres, los pobres, los niños, los negros, los inmigrantes, los adolescentes, las adolescentes etc.)”
La identidad es “… construcción, devenir, producto, búsqueda de lo que no será nunca totalmente encontrado, hallazgo, firma.
Identidad es huella, es nombre, es lo que permite que la gramática de lo singular sea inscripta y reconocida en una gramática de lo plural. Es herencia y creación, continuidad y ruptura. Deseo de inscripción y deseo de reconocimiento. Identidad es el otro nombre de la alteridad.”


Lejos de ser un lugar clausurado, identidad es aquello que “vamos siendo” en el transcurso de nuestra vida en el marco de “situaciones”, allí donde las relaciones con otros y otras nos hacen desplegar relatos de nosotros/as mismos/as. “Situaciones” que no son meros decorados, escenografías externas al ser mismo de lo que somos, sino que nos constituyen, nos “arman”, nos obligan a relatarnos y a transformarnos mientras las habitamos. Identidad es, entonces, el-a otro-a que hay en mí o lo otro que me hace diferenciar.
Identidad es espacio con otro-a, es proceso, es búsqueda y no sólo espacio ganado. Es recibir un nombre, una herencia y rescribirla en el momento en que nos apropiamos de ella. Son las identificaciones con las que nos hemos construido, las palabras, los gestos de los-as otros-as que nos fueron prestados, el nombre que hemos recibido y que aceptamos o negamos. Es relato continuo y es viaje, metáfora, versiones que se actualizan y se proyectan de nuestra propia historia. Siguiendo a Rossi Braidotti somos sujetos nómades . Este constructo lo usa la autora como una figura teorética, un imperativo político y epistemológico que permite encontrar una salida epistemológica a la visión falocéntrica del sujeto cartesiano.
El sujeto nómade es la figuración de una interpretación de la autora en un contexto posmoderno, culturalmente diferente del sujeto en general y del sujeto femenino en particular. Esta noción refiere a la presencia simultánea de la clase, la raza, la etnia y el género como prueba histórica de la decadencia de identidades estables, metafísicamente fijadas.
El concepto de nómade incluye la capacidad de trasladarse entre esos ejes que atraviesan al sujeto, desdibujando las fronteras. Posición teórica abiertamente crítica y resistente a la concepción foucaultiana del sujeto como un conjunto de pares fragmentados, unidos por el apego al orden falocéntrico. Es un tipo de conciencia crítica que se resiste a acomodarse a los modos socialmente codificados del pensamiento y de la cultura y al estilo teleológico ordenado de la argumentación; constituye un movimiento contra la naturaleza establecida y convencional del pensamiento teórico masculino.
En la conceptualización de sujeto nómade lo importante no es el viaje que el nomadismo implica sino la subversión de las convenciones establecidas lo que implica la inexistencia de sitios originarios centrales o identidades auténticas. La identidad nómade está hecha de transiciones sin unidad esencial y contra ella. La unidad se la da el conjunto de repeticiones de desplazamientos sin un propósito teleológico. La noción de deseo es lo que permite a la identidad fluir, moverse y desplazarse entre fronteras fluidas que determinan diferentes interfaces e intervalos que generan un vacío de poder capaz de explorar nuevas formas de identidades subjetivas y políticas capaces de buscar nuevos lugares de resistencia.
Por eso NO me gusta decir soy, me gusta decir “estoy siendo” y mucho más, me gusta decir: “estoy siendo contigo”…y aún a pesar de tí y de mí… estoy siendo…

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