domingo, 28 de septiembre de 2008

La MARIMBA

Invito a leer el artículo que escribí como "Origen e identidad de las pandillas juveniles" y que publicó el diario Hondureño "El Heraldo". Aquí va el link, para quienes quieran leerlo directamente en el periódico, y también adjunto el escrito original. Los editores del diario me separaron los párrafos de una manera que no me gusta... pero ni modo...

Serán bienvenidos comentarios de cualquier tipo, aportes y disensos... de verdad!!!

Luis Felipe

El documento original es el siguiente:
ORIGEN E IDENTIDAD DE LAS PANDILLAS JUVENILES
Luis Felipe Ulloa
(Publicado en El Heraldo de Honduras, en Septiembre 28 de 2008) http://www.elheraldo.hn/content/view/full/23388


Uno podría pensar que ya todo está dicho respecto a las llamadas "pandillas juveniles" porque se han registrado montones de textos y eventos sobre el tema. Igual podría afirmarse que no se ha hecho mucho o no se ha hecho lo correcto, porque el fenómeno crece. Pero aún hay piezas que deben ponerse en su lugar. Yo quiero centrar la atención en tres aspectos: las responsabilidades originales, la identidad y la intervención.

Responsabilidades originales

Las pandillas juveniles centroamericanas como las conocemos hoy no se originaron en Centroamérica, sino en USA donde ya existía una larga historia de pandillas entre las que sobresalían las de norteamericanos negros, las de origen asiático, las italianas, las irlandesas y las judías… todas con causa común que se sintetiza en la misma palabra: Exclusión. En su origen, nuestros niños y niñas que llegaron allá eran parte de familias que escapaban de la violencia, o de la pobreza o que simplemente buscaban mejores condiciones de vida. Esos niños no eran pandilleros solo que en medio de la exclusión y la necesidad su vivencia en USA los convirtió en ello. Luego los deportaron y los siguen deportando con la etiqueta de pandilleros. Al hacerlo-se equivocaron de nuevo- y contribuyeron enormemente a extender el fenómeno, a globalizarlo… sin avanzar en resolverlo.

Ante eso un ciudadano "de a pie" pensaría que si allá se afectaron, es a USA a quien corresponde aplicar "in situ" los tratamientos apropiados para eliminar la etiqueta que los empezó a marcar. Era su responsabilidad y se despojaron de ella. A nuestros gobiernos centroamericanos les correspondería en este caso ver que a estos ciudadanos se les respetaran sus derechos humanos. Retomar eso es la primera propuesta de esta nota.

Identidad

La percepción de la identidad de una pandilla en particular, como en cualquier tipo de organización, es la plataforma necesaria para redefinir su futuro. Una afortunada experiencia en Estelí, Nicaragua, que tuve la oportunidad de conducir nos hizo comprender que no existen 'las" pandillas y que hay "pandillas de pandillas".

El código penal en California define las pandillas como "cualquier organización, asociación, o grupo de tres o más personas, ya sea formal o informal, que tiene como una de sus principales actividades la comisión de uno o más actos criminales [específicos], tienen un nombre, una señal o símbolo en común, y cuyos miembros por separado o en conjunto participan en o han participado en un patrón de actividad pandillera criminal" (sección 186.22 /f del Código Penal de California). Obsérvese que aquí se incluye la comisión de delitos como intención.

En Estelí, cuando era la segunda ciudad más violenta en Nicaragua, no nos parecía que podíamos generalizar tanto. Ya la gente asociaba demasiado "jóvenes en conflicto" con "pandilla" y "pandilla" con "delincuentes". Iniciamos una exploración del fenómeno incluyendo como participantes a los jefes de sector de la policía y a los Ángeles del Infierno, los Frioles, La Mara Salvatrucha (local), los Poison-Nirvana, los Aluminio y los Vengaboys y dispuestos a poner en cuestión todo.

Esta investigación participativa, alimentó la disponibilidad de los muchachos y acciones de varias instituciones, que llevaron a que Estelí dejara de ser uno de los municipios con más grave situación de delitos por grupos de jóvenes. Pero lo que quiero resaltar es que al avanzar el estudio cambiamos hasta la definición de entrada que teníamos y decidimos alejarnos del término "pandilla", así como el de "mara" para usar "marimba" palabra deliciosa –aunque no exclusiva- que usaban los muchachos familiarmente para referirse a colectivos y en este caso a sus agrupaciones en sentido genérico. En nuestro caso vimos a cada "marimba" como…

"Una organización creada, integrada y dirigida por jóvenes habitantes de un territorio, que tiene un nombre asumido por los muchachos, y que cuenta con una historia de enfrentamiento con otros grupos juveniles. En tanto organización, sus miembros se reconocen entre sí como bróderes (castellanización del término “brothers” que significa “hermanos”), han desarrollado su propia identidad; manejan símbolos, lenguaje y conductas que los identifican entre sí y los diferencian de otros grupos; y respetan reglas y principios explícitos e implícitos. El conjunto de actividades que hasta el momento desarrollan se engloba en lo que ellos mismos reconocen como "la vagancia". Sus miembros –como cualquier otro ser humano y sobre todo como jóvenes, tienen sueños que quisieran lograr y otros por construir".

En esta definición "la vagancia" es una dinámica que según los jóvenes integrantes incluye cinco componentes que en sus palabras son 'juntarse con los bróderes', 'andar por ahí', 'el alucín', 'defenderse' y 'chavalear'. Es decir: estar siempre acompañados, reunirse en su lugar, recorrer su barrio; ir la los barrios de grupos amigos; y cuando están decididos a que intenten "turquearlos" (o golpearlos) también adentrarse en los barrios 'enemigos'; Usar estimulantes y/o evasores de la realidad, generalmente cerveza o licores fuertes y en algunos casos sustancias psicoactivas; defender su sector o barrio, cuando son agredidos por otros grupos; andar tras las muchachas, a veces para compartir, buscar "jaña" (o novia) y en muchos casos con la intención de buscar relaciones sexuales.

Consideramos que las conductas ligadas comúnmente a "lo pandilleril" no necesariamente tienen que seguir siendo la esencia de la "marimba". El grupo sigue siendo marimba si mantiene su relación organizativa aunque deje de tener conductas que sí son "pandilleriles", es decir si deja de transgredir la ley y de usar la violencia (por ejemplo si no vuelve a tener sus combates). También se desprende de ahí que unas marimbas pueden tener una conductas pandilleriles y otras no.

Sabemos que la 'vagancia' puede derivar en violencia y en transgresiones del orden y la ley, sin embargo no estamos vinculando esos aspectos como condiciones inherentes a la definición de marimba, sino como situaciones frecuentes. Tampoco mencionamos como parte esencial de la definición de 'marimba' a la violencia actual entre grupos, sino que está en términos de pasado: Decíamos que "cuenta con una historia de enfrentamientos", es decir tiene que haber tenido enfrentamientos antes.

En las marimbas-o si se quiere llamarlas todavía "pandillas"- de Estelí que intervinieron en el estudio reconocimos las siguientes coincidencias:

Tienen una visión: Quieren ser famosas y respetadas. "Queremos ser el grupo más famoso de Estelí". Su misión es llenar vacíos de sus miembros, autoprotegerse y proteger el barrio. El barrio es su territorio, el área a la que pertenece la marimba, por él se identifican a sí mismos los miembros de la marimba y por él son identificados por otros actores. La vagancia fue mencionada como la intención básica de las marimbas, aunque ya comenzaba a haber indicios de que algunas pandillas empezaban a definir como intención conseguir ingresos... y no por medios considerados legales.

Cuentan con pilares espirituales (valores y principios), entre los que resaltaron cuatro: la necesidad de reconocimiento y respeto que deriva de la invisibilidad y la exclusión social. Llevado al extremo este reconocimiento deriva en la "fama", que ya mencionamos. El ser "Empujados". que concentra la audacia, la valentía para enfrentar riesgos, pero aunada con su capacidad para hacerlo bien. No es bien visto "acalambrarse" ante las dificultades. Es un valor que deriva de la necesidad de sobrevivencia del colectivo y sus miembros en un ambiente hostil. Todos hablan de la Hermandad o ser familia, que muestra una relación de unidad como colectivo. Incorpora la confianza entre los miembros, comunicarse, compartir y el muy mencionado respeto. Este valor responde a la carencia de cariño en muchos de los espacios naturales de los jóvenes, incluyendo la familia. Y también está la búsqueda del gozo, en el desarrollo de sus actividades que ocupa un papel importante en las acciones de las marimbas. Por eso los muchachos se incorporan pronto a campeonatos y festividades.

Intervención como organizaciones

Las marimbas pueden ser famosas de muchas maneras, sin embargo los espacios disponibles hasta ahora solo suelen dar campo a la violencia, que es lo que asusta y lo que resaltan los medios de comunicación… pero la mano dura fracasó como respuesta. Otra posibilidad es reconocer a estas agrupaciones como "organizaciones" y abrir así la posibilidad de acciones del tipo "desarrollo organizacional", "reinventar las organizaciones" etc.

El camino inicia revisando con cada pandilla su identidad para lo que los muchachos expandilleros son de gran ayuda. Apelamos a su percepción de su historia colectiva, del futuro y del entorno. Luego en un ejercicio de planificación estratégica ayudamos a construir colectivamente un futuro posible y deseable, para lo que debemos contar con la decisión y compromiso de distintos actores locales, que hagan posible echarlo a andar. Y entonces empezamos a ejecutar lo decidido-priorizado con un acompañamiento a los muchachos que va a ser muy cercano al inicio y luego poco a poco más alejado, hasta que solo sea puntual.

Hay dificultades, claro. Cuando se ha perdido la costumbre y hay elementos distractores es complicado volver a trabajar o a estudiar y empezar a cumplir con ciertas reglas. No es fácil dialogar cuando la violencia ha sido la manera de resolver los conflictos. El proceso necesariamente ha de propiciar acuerdos de paz entre organizaciones rivales, y luego ampliar estos acuerdos a organizaciones no contempladas inicialmente que son amigas de un grupo pero no del otro, porque la lealtad es una norma entre grupos y por encima del acuerdo de paz un grupo atacado cuenta con sus amigos para defenderse.

Pero la complicación más grande recae en los otros actores que deben estar vinculados. De ellos se requiere enfrentar otra realidad con compromiso, flexibilidad, creatividad y claro suficientes recursos. En resumen se trata de diferenciar las pandillas, trabajar con ellas una a una y cumplir.


Nota: El estudio que se menciona es: "Por qué no terminamos esto: Diagnóstico de las pandillas juveniles de Estelí". Autor: Luis Felipe Ulloa. Propiciado por ADESO "Las Segovias" y Policía Nacional de Estelí. 2004, Nicaragua.

martes, 23 de septiembre de 2008

Curriculum oculto

Sacando punta - Escuelas argentinas - CANAL ENCUENTRO

Al ver este video se me ocurrió pensar sobre el curriculum oculto (que segun lo definió Michel Apple es todo lo que la escuela enseña sin proponérselo conciente/explícita/curricularmente, digamos - esta es mi versión de su definición...) Pensé si el curriculum oculto no podría incluir también todo lo maravilloso que ocurre en la escuela inscripto y gestado en lo subyacente/inconsciente singular y colectivo.

Una especie de curriculum de la salud psicofísica y vincular con sus NAP y todo (NAP= Núcleos de Aprendizaje Prioritario)

Digamos que prioritariamente estos dos niños aprenden a comunicarse, oral y corporalmente, con sus gestos, sus movimientos, aprenden a dialogar, a decir, a escuchar, a observar, a seducir, a interpretar, a compartir, a leer al Otro, aprenden y construyen identidades.

Entré al secundario en 1981, en plena dictadura militar, y contesté un cuestionario que luego fue a parar a mi legajo.

En 1985, al egresar me devolvieron un carpeton con papeles entre los que pude leer aquel cuestionario de los 13 años.

Y me sorprendí con aborrecimiento de mí misma cuando yo, militante de derechos humanos, de centros de estudiantes, acampante y amante de la libertad que habíamos sabido conseguir, leí mi respuesta a la pregunta que interpelaba: "¿Cuáles son las cosas que Usted más valora de esta institución?"

Yo, a los trece años, había contestado: "El orden y la disciplina."

Eso es el curriculum oculto del que habla Apple (de un modo magistral a mi modesto entender).

También una vez en 1982 una profesora de literatura, el 2 de Abril (día del desembarco argentino en Malvinas) después de que nos hicieron cantar el himno y la marcha a las Malvinas, al llegar al aula estaba llorando.

Esa mujer tan genial, tan viva, estaba muy mal, no podía casi hablar. Nos dijo apenas: "Chicas no crean que una guerra soluciona algo. Los que nos llevan a la guerra son los que nos vienen matando desde hace años."

Me enseñó lo que pasaba, que no podía ser enseñado pero sí.

Yo creía en ella, plenamente, y entendí que estaba todo mal. Muy mal.

No entendí lo que dijo, entendí lo que sentía y lo compartí. Lo que dijo lo entendí al año siguiente, cuando terminó la dictadura.

Al compartir la escuela, compartir la vida, la construcción de la historia, se configura un espacio/tiempo en el que lo oculto también puede enseñar cosas maravillosas siempre que nos atrevamos a comprometer no solo el pensar, sino fundamentalmente el SENTIR. El sentipensar diría Galeano.

Eso que los niños a veces ponen en juego con tanta facilidad, sacando punta.

domingo, 21 de septiembre de 2008

¡Gente grande!

El Monitor - CANAL ENCUENTRO

Esta semana estuvimos jugando en Córdoba (Argentina) con docentes de las provincias de Chaco, Formosa, San Luis y los locales cordobeses. Jugamos a que hacíamos un encuentro e inventábamos animaciones con un programa de software libre que se llama Monkey Jam, y hacíamos muñequitos de plastilina, de tiza, de marcadores, crayones, escenarios, mundos, viajes, travesías y a todo eso le sacábamos fotos para desarrollar la técnica que se llama "Stop Motion" mediante la cual la sucesión de fotos fijas simula movimiento.

Y en cada historia inventada nos movimos, bailamos, cantamos, nos reimos, nos conmovimos, nos abrazamos, nos preocupamos, nos emocionamos, discutimos, dialogamos, creamos, hicimos, deshicimos y volvimos a empezar.

Jugamos.

Gente grande...

Maravillosa oportunidad de la vida poder seguir jugando con gente que inventa mundos posibles en cada escuela de la Argentina, en una escuela incendiada con dos computadoras en mesas con rueditas, con pibes que no comen o comen mal y mientras aprenden que deben luchar por sus derechos también tienen la posibilidad de soñar, de inventar junto a otros, de aprender que hay un lugar con gente que quiere ayudarlos a decir los amores, los dolores, la incertidumbre, las fantasías, con viejos y nuevos lenguajes de la expresión. Gente que quiere escuchar lo que tienen para contar y para inventar, para priorizar una construcción del conocimiento: la de comprender los sentidos de estar vivos...

Sin duda: gente GRANDE.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Es la economía ¿Idiota o cómplice?



MEDIO AMBIENTE Y RECURSOS NATURALES

TRANSNACIONALES Y SUS TRASLADOS AL CONO SUR

GENERACION DE EMPLEO E INVERSIONES

PRENSA, MARKETING Y PUBLICIDAD

RODADA DURANTE 15 MESES EN BRASIL, FINLANDIA, PARAGUAY, URUGUAY, ARGENTINA Y CHILE

23 de septiembre - 20 hs Auditorio TEA Imagen Pte Uriburu 353 - Buenos Aires

CONFERENCIA DE PRENSA, PRESENTACIÓN, PROYECCIÓN Y DEBATE
Alfredo Zaiat - Economista y Periodista - Argentina

Alcira Argumedo - Sociologa y Escritora - Argentina

Marcelo Calazanz - Sociologo - FASE - Espiritu Santo - Brasil

Ricardo Carrere - Movimiento Mundial Bosques Tropicales - Montevideo - Uruguay

IMPRESCINDIBLE CONTAR CON ACREDITACION: Entrada Gratuita

info@radiotea.com.ar

viernes, 12 de septiembre de 2008

La comun-unidad

Micros Derechos del Niño, la Niña y Adolescentes - CANAL ENCUENTRO


Artista: La Renga
Album: Despedazado por mil partes
Canción: El final es en donde partí

Déjame ver que hay para saborear esta vuelta,

la carta no está siempre a tu alcance en los matutinos.

Loco de pensar que se dispute el poder y la gloria,

y con el frío de un reino las almas congelar.

Cuánta verdad, cuánta mentira y cuántas palabras,

y todo ese motor para devastar tu inconciente.

¿Y en qué lugar, habrá consuelo para mi locura?,

¿Esta ironía con qué se cura? si el final es en donde partí,

¿Y a quién llamar?, ¿A quién golpearle la puerta tan tarde?,

¿Con quién hablar cuando no hay nadie?

si esta noche no puedo dormir.

Déjame ver que hay para saborear esta vuelta,

la verdad, la mentira y la mueca de tu ingenuidad.

Cuántas palabras se disputan el poder y la gloria,

y cuántas vidas se pierden en el frío de un reino mortal.

Loco de pensar, queriendo entrar en razón y el corazón,

tiene razones que la propia razón nunca entenderá .

¿Y adónde voy?, siempre voy a buscar lo que es mío,

aunque el planeta termine en un círculo,

y el final es en donde partí.

No llores más, dame la mano, contame tu suerte,

de esta manera quizás no sea la muerte,

la que nos logre apagar el dolor.

¿Y en que lugar, habrá consuelo para mi locura?,

¿Eesta ironía con qué se cura? si el final es en donde partí.

No llores más, dame la mano contame tu suerte,

de esta manera quizás no sea la muerte,

la que nos logre apagar el dolor.

Crear jugando

Micros de los Derechos del Niño, la Niña y los Adolescentes - CANAL ENCUENTRO

Una vez en un taller que estábamos haciendo con el nombre: "Pensar, usar y hacer los medios en la escuela", un supervisor del nivel secundario de la Prov. de Buenos Aires me dijo: "Muy lindo esto que nos propones... lo de hacer radioteatros... muy entretenido, pero seamos sinceros: esto no es LA educación"

En ese mismo taller sus colegas (más "juguetones") habían producido radioteatros sobre temas variados: la integración de la educación física a la vida institucional, la educación sexual, la desvalorización de las artes como leguajes del conocimiento, la amistad, la exclusión social y sus manifestaciones en la escuela, la historia del folklore, etc.

Con una adrenalina inédita para ellos habían producido piezas valiosísimas en muy pocas horas de trabajo, interactuando, creando juntos, JUGANDO. Aunque eran radioteatros, se disfrazaron, sacaron fotos, bailaron, además de actuar, cantar, hacer los efectos de sonido y... emocionarse.

El señor supervisor se había perdido esa parte porque estaba en una reunión sobre cosas importantes de la educación.

jueves, 11 de septiembre de 2008

miércoles, 10 de septiembre de 2008

SHAKESPEARE EN LA SELVA

Matías, de diez años, lee el título de un libro que está en casa y me pregunta: "¿Qué es la OTREDAD?" Le conté una versión libre de este relato de la antropóloga Laura Bohannan. Cuando terminé me dijo: "Ya entendí Fer, la otredad es cuando lo mismo lo ves distinto... bah, ES distinto... la cosa es como la veas."


Justo antes de partir de Oxford hacia territorio Tiv, en África Occidental, mantuve una conversación en torno a la programación de la temporada en Stratford. «Vosotros los americanos», dijo un amigo, «soléis tener problemas con Shakespeare. Después de todo, era un poeta muy inglés, y uno puede fácilmente malinterpretar lo universal cuando no ha entendido lo particular».

Yo repliqué que la naturaleza humana es bastante similar en todo el mundo; al menos, la trama y los temas de las grandes tragedias resultarían siempre claros -en todas partes-, aunque acaso algunos detalles relacionados con costumbres determinadas tuvieran que ser explicados y las dificultades de traducción pudieran provocar algunos leves cambios. Con el ánimo de cerrar una discusión que no había posibilidad de concluir, mi amigo me regaló un ejemplar de Hamlet para que lo estudiara en la selva africana: me ayudaría, según él, a elevarme mentalmente sobre el entorno primitivo, y quizá, por vía de la prolongada meditación, alcanzara yo la gracia de su interpretación correcta.

Era mi segundo viaje de campo a esa tribu africana, ya me encontraba dispuesta para establecerme en una de las zonas más remotas de su territorio -un área difícil de cruzar incluso a pie-. Al final me situé en una colina que pertenecía a un anciano venerable, cabeza de una explotación doméstica de unas ciento cuarenta personas, todos ellos parientes próximos de él, o bien mujeres e hijos suyos. Al igual que otros ancianos en los alrededores, pasaba la mayor parte de su tiempo ejecutando ceremonias de las que apenas pueden verse hoy día en zonas de la tribu que son de más fácil acceso. Yo estaba encantada. Pronto vendrían tres meses de ocio y aislamiento forzosos, entre la cosecha que tiene lugar antes de la época de las crecidas y el desbroce de nuevos campos tras la retirada de las aguas. Entonces, pensaba yo, tendrían más tiempo para ejecutar ceremonias y para explicármelas a mí.

Estaba muy equivocada. La mayoría de las ceremonias exigía la presencia de los hombres más viejos de varios poblados. Cuando las inundaciones comenzaron, a los ancianos les resultaba demasiado difícil ir caminando de un poblado a otro, y las ceremonias fueron cesando poco a poco. Cuando las inundaciones se hicieron intensas, toda actividad quedó paralizada, con una sola excepción. Las mujeres preparaban cerveza de mijo y maíz, y hombres, mujeres y niños se sentaban en sus colinas a beberla.

Empezaban a beber al alba. A media mañana el poblado entero estaba cantando, bailando y tocando los tambores. Cuando llovía, la gente se tenía que sentar en el interior de las chozas, donde o bien bebían y cantaban, o bien bebían y contaban historias. En cualquier caso, al mediodía o antes yo ya me veía obligada a unirme a la fiesta, o si no, a retirarme a mi propia choza con mis libros. «No se discuten asuntos serios cuando hay cerveza. Ven, bebe con nosotros». Dado que yo carecía de su capacidad para aquella espesa cerveza nativa, cada vez pasaba más y más tiempo con Hamlet. La gracia descendió sobre mí antes de que acabara el segundo mes. Estaba segura de que Hamlet tenía una sola interpretación posible, y de que ésta era universalmente obvia.

Con la esperanza de tener alguna conversación seria antes de la fiesta de cerveza, solía acudir a la choza de recepciones del anciano -un círculo de postes con un techado de bardas y un murete de barro para guarecerse del viento y la lluvia-. Un día, al traspasar agachada el bajo umbral, me encontré con la mayoría de los hombres del poblado allí apiñados, con su raída vestimenta, sentados en taburetes, esteras y mecedoras, al calor de una fogata humeante al amparo de la destemplanza de la lluvia. En el medio había tres cuencos de cerveza. La fiesta había comenzado.

El anciano me saludó cordialmente. «Siéntate y bebe». Acepté una gran calabaza llena de cerveza, me serví un poco en un pequeño recipiente y lo apuré de un solo trago. Entonces serví algo más en el mismo cuenco al hombre que seguía en edad a mi anfitrión, y pasé la calabaza a un joven para que el reparto continuara. La gente importante no debe tener que servirse a sí misma.

«Es mejor así», dijo el anciano, mirándome con aprobación y quitándome del pelo una brizna de paja. «Deberías sentarte a beber con nosotros más a menudo. Tus criados me cuentan que cuando no estás en nuestra compañía, te quedas dentro de tu choza mirando un papel».

El anciano conocía cuatro tipos de «papeles»: recibos de los impuestos, recibos por el precio de la novia, recibos por gastos de cortejo, y cartas. El mensajero que le traía las cartas del jefe las usaba más que nada como emblema de su cargo, dado que siempre conocía lo que éstas decían y se lo relataba al anciano. Las cartas personales de los pocos que tenían algún pariente en puestos del gobierno o las misiones eran guardadas hasta que alguien iba a un gran mercado donde hubiera un escribano que las leyera. A partir de mi llegada, me las traían a mí. Algunos hombres también me trajeron, en privado, recibos por el precio de la novia, pidiendo que cambiara los números por sumas más altas. No venían al caso los argumentos morales, puesto que en las relaciones con la parentela política esto es juego limpio, y además resulta difícil explicar a gentes ágrafas los avatares técnicos de la falsificación. Como no quería que me creyeran tan tonta como para pasarme el día mirando sin parar papeles de esa clase, les expliqué, rápidamente que mi «papel» era una de las «cosas antiguas» de mi país.

«Ah», dijo el anciano. «Cuéntanos».

Yo repliqué que no soy una cantadora de historias. Contar historias es entre ellos un arte para el que se necesita habilidad; son muy exigentes, y la audiencia, crítica, hace oír su parecer. Me resistí en vano. Aquella mañana querían escuchar una historia mientras bebían. Me amenazaron con no contarme ni una más hasta que yo contara la mía. Finalmente, el anciano prometió que nadie criticaría mi estilo, «puesto que sabemos que estás peleando con nuestra lengua». «Pero», dijo uno de los de más edad, «tendrás que explicar lo que no entendamos, como hacemos nosotros cuando contamos nuestras historias». Asentí, dándome cuenta de que allí estaba mi oportunidad de demostrar que Hamlet era universalmente comprensible.

El anciano me pasó más cerveza para ayudarme en mi relato. Los hombres llenaron sus largas pipas de madera y removieron el fuego para tomar de él brasas con que encenderlas: entonces, entre satisfechas fumaradas, se sentaron a escuchar. Comencé usando el estilo apropiado: «Ayer no, ayer no, sino hace mucho tiempo, ocurrió una cosa. Una noche tres hombres estaban de vigías en las afueras del poblado del gran jefe, cuando de repente vieron que se les acercaba el que había sido su anterior jefe».

«¿Por qué no era ya su jefe?»

«Había muerto», expliqué, «es por eso por lo que se asustaron y se preocuparon al verle.»

«Imposible», comenzó uno de los ancianos, pasando la pipa a su vecino, quien le interrumpió. «Por supuesto que no era el jefe muerto. Era un presagio enviado por un brujo. Continúa.»

Ligeramente importunada, continué. «Uno de esos tres era un hombre que sabía cosas» -la traducción más cercana a estudioso- pero por desgracia también significa brujo. El segundo anciano miró al primero con cara de triunfo. «De modo que habló al jefe muerto, diciéndole: "Cuéntanos qué debemos hacer para que puedas descansar en tu tumba", pero el jefe muerto no respondió. Se esfumó y ya no lo pudieron ver más. Entonces el hombre que sabía cosas -su nombre era Horacio- dijo que aquello era asunto para el hijo del jefe muerto, Hamlet.»

Hubo un sacudir de cabezas general dentro del corro. « ¿El jefe muerto no tenía hermanos vivos? ¿O es que el hijo era jefe?»

«No», repliqué. «Esto es, tenía un hermano vivo que se convirtió en jefe cuando el hermano mayor murió».

Los ancianos murmuraron entre dientes: tales presagios son asunto para jefes y ancianos, no para jóvenes; ningún bien puede venir de hacer las cosas a espaldas del jefe; evidentemente, Horacio no era un hombre que supiera cosas.

«Sí que lo era», insistí tratando de apartar un pollo lejos de mi cerveza. «En nuestro país el hijo sucede al padre. El hermano menor del jefe muerto se había convertido en jefe, y además se había casado con la viuda de su hermano mayor tan sólo un mes después del funeral.»

«Hizo bien», exclamó radiante el anciano, y anunció a los demás, «Ya os dije que si conociéramos mejor a los europeos, encontraríamos que en realidad son como nosotros. En nuestro país», añadió dirigiéndose a mí, «también el hermano más joven se casa con la viuda de su hermano mayor, convirtiéndose así en padre de sus hijos. Ahora bien, si tu tío, casado con tu madre viuda, es plenamente el hermano de tu padre, entonces también será un verdadero padre para ti. ¿Tenían el padre y el tío de Hamlet la misma madre?»

Esta pregunta no penetró apenas en mi mente; estaba demasiado contrariada por haber dejado a uno de los elementos más importantes de Hamlet fuera de combate. Sin demasiada convicción dije que creía que tenían la misma madre, pero que no estaba segura -la historia no lo decía-. El anciano me replicó con severidad que esos detalles genealógicos cambian mucho las cosas, y que cuando volviese a casa debía de consultar sobre ello a mis mayores. A continuación llamó a voces a una de sus esposas más jóvenes para que le trajera su bolsa de piel de cabra.
Determinada a salvar lo que pudiera del tema de la madre, respiré profundo y empecé de nuevo. «El hijo Hamlet estaba muy triste de que su madre se hubiera vuelto a casar tan pronto. Ella no tenía necesidad de hacerlo, y es nuestra costumbre que una viuda no tome nuevo marido hasta después de dos años de duelo».

«Dos años es demasiado», objetó la mujer, que acababa de hacer aparición con la desgastada bolsa de piel de cabra. «¿Quién labrará tus campos mientras estés sin marido?»

«Hamlet», repliqué sin pensármelo, «era lo bastante mayor como para labrar las tierras de su madre por sí mismo. Ella no precisaba volverse a casar». Nadie parecía convencido y renuncié. «Su madre y el gran jefe dijeron a Hamlet que no estuviera triste, porque el gran jefe mismo sería un padre para él. Es más, Hamlet habría de ser el próximo jefe, y por tanto debía quedarse allí para aprender todas las cosas propias de un jefe. Hamlet aceptó quedarse, y todos los demás se marcharon a beber cerveza».

Hice una pausa, perpleja ante cómo presentar el disgustado soliloquio de Hamlet a una audiencia que se hallaba convencida de que Claudio y Gertrudis habían actuado de la mejor manera posible. Entonces uno de los más jóvenes me preguntó quién se había casado con las restantes esposas del jefe muerto.

«No tenía más esposas», le contesté.

«¡Pero un gran jefe debe tener muchas esposas! ¿Cómo podría si no servir cerveza y preparar comida para todos sus invitados?»

Respondí con firmeza que en nuestro país hasta los jefes tienen una sola mujer, que tienen criados que les hacen el trabajo y que pagan a éstos con el dinero de los impuestos.

De nuevo replicaron que para un jefe es mejor tener muchas esposas e hijos que le ayuden a labrar sus campos y alimentar a su gente; así, todos aman a aquel jefe que da mucho y no toma nada -los impuestos son mala cosa-.

Aunque estuviera de acuerdo con este último comentario, el resto formaba parte de su modo favorito de rebajar mis argumentos: «Así es como hay que hacer, y así es como lo hacemos».

Decidí saltarme el soliloquio. Ahora bien, incluso si pudiera estar bien visto el que Claudio se casara con la esposa de su hermano, aún quedaba el asunto del veneno. Estaba segura de que desaprobarían el fratricidio, de manera que continué, más esperanzada: «Esa noche Hamlet se quedó vigilando junto a los tres que habían visto a su difunto padre. El jefe muerto apareció de nuevo, y aunque los demás tuvieron miedo, Hamlet le siguió a un lugar aparte. Cuando estuvieron solos, el padre muerto habló».

«¡Los presagios no hablan!» El anciano era tajante.

«El difunto padre de Hamlet no era un presagio. Al verlo podría parecer que era un presagio, pero no lo era». Mi audiencia parecía estar tan confusa como lo estaba yo. «Era de verdad el padre muerto de Hamlet, lo que nosotros llamamos un 'fantasma'». Tuve que usar la palabra inglesa, puesto que estas gentes, a diferencia de muchas de las tribus vecinas, no creían en la supervivencia de ningún aspecto individualizado de la personalidad después de la muerte.

«¿Qué es un 'fantasma'? ¿Un presagio?»

«No, un 'fantasma' es alguien que ha muerto, pero que anda vagando y es capaz de hablar, y la gente lo puede ver y oír, aunque no tocarlo».

Ellos replicaron. «A los zombis se les puede tocar».

«¡No, no! No se trataba de un cadáver que los brujos hubieran animado para sacrificarlo y comérselo. Al padre muerto de Hamlet no lo hacía andar nadie. Andaba por sí mismo».

«Los muertos no andan», protestó mi audiencia como un solo hombre.

Yo trataba de llegar a un compromiso. «Un 'fantasma' es la sombra del muerto».

Pero de nuevo objetaron. «Los muertos no tienen sombra». «En mí país sí que la tienen», espeté.

El anciano aplacó el rumor de incredulidad que inmediatamente se había levantado, y concedió con esa aquiescencia insincera, pero cortés, con que se dejan pasar las fantasías de los jóvenes, los ignorantes y los supersticiosos. «Sin duda, en tu país los muertos también pueden andar sin ser zombis». Del fondo de su bolsa extrajo un pedazo de nuez de cola seca, mordió uno de sus extremos para mostrar que no estaba envenenado, y me lo ofreció como regalo de paz.

«Sea como sea», retomé la narración, «el difunto padre de Hamlet dijo que su propio hermano, el que luego se convirtió en jefe, lo había envenenado. Quería que Hamlet lo vengara. Hamlet creyó esto de corazón, porque aborrecía al hermano de su padre». Tomé otro trago de cerveza. «En el país del gran jefe, viviendo en su mismo poblado, que era muy grande, había un importante anciano que a menudo estaba a su lado para aconsejarle y ayudarle. Se llamaba Polonio. Hamlet cortejaba a su hija, pero el padre y el hermano de ella ... (aquí busqué precipitadamente alguna analogía tribal) le advirtieron que no permitiera a Hamlet visitarla cuando estaba sola en casa, puesto que él había de llegar a ser un gran jefe y por tanto no podría casarse con ella».

«¿Por qué no?», preguntó la esposa, que se había acomodado junto al sillón del anciano. Él la miró con gesto de desaprobación por hacer preguntas tontas, y gruñó, «Vivían en el mismo poblado».

«No era esa la razón», les informé. «Polonio era un extranjero que vivía en el poblado porque ayudaba al jefe, no porque fuera su pariente».

«Entonces, ¿por qué no podía Hamlet casarse con ella?»

«Habría podido hacerlo», expliqué, «pero Polonio no creía que realmente lo fuera a hacer. Después de todo, Hamlet había de casarse con la hija de un gran jefe, puesto que era un hombre muy importante y en su país cada hombre sólo puede tener una esposa. Polonio tenía miedo de que si Hamlet hacía el amor a su hija, ya nadie diera un alto precio por ella».

«Puede que eso sea cierto», remarcó uno de los ancianos más sagaces, «pero el hijo de un jefe daría al padre de su amante regalos y protección más que sobrados como para compensar la diferencia. A mí Polonio me parece un insensato».

«Mucha gente piensa que lo era», asentí. «A todo esto, Polonio envió a su hijo Laertes al lejano París, a aprender las cosas de ese país, porque allí estaba el poblado de un jefe realmente muy grande. Como Polonio tenía miedo de que Laertes se gastara el dinero en cerveza, mujeres y juego, o se metiera en peleas, mandó secretamente a París a uno de sus sirvientes para que espiara lo que hacía. Un día Hamlet abordó a Ofelia, la hija de Polonio, comportándose de manera tan extraña que la asustó. En realidad» -yo buscaba azoradamente palabras para expresar la dudosa naturaleza de la locura de Hamlet- «el jefe y muchos otros habían notado también que cuando Hamlet hablaba uno podía entender las palabras, pero no su sentido. Mucha gente pensó que se había vuelto loco». Repentinamente mi audiencia parecía mucho más atenta. «El gran jefe quería saber qué era lo que le ocurría a Hamlet, así que mandó a buscar a dos de sus compañeros de edad (amigos del colegio hubiera sido largo de explicar) para que hablaran con Hamlet y averiguaran lo que le tenía preocupado. Hamlet, al ver que habían sido pagados por el jefe para traicionarle, no les contó nada. No obstante, Polonio insistía en que Hamlet se había vuelto loco porque le habían impedido ver a Ofelia, a quien amaba».

«¿Por qué», preguntó una voz perpleja, «querría nadie embrujar a Hamlet por esa razón?»

«¿Embrujarle?»

«Sí, sólo la brujería puede volver loco a alguien. A menos, claro está, que uno haya visto a los seres que se ocultan en el bosque».

Dejé de ser contadora de historias, saqué mi cuaderno de notas y pedí que me explicaran más sobre esas dos causas de locura. Aun cuando ellos hablaban y yo tomaba notas, traté de calcular el efecto de este nuevo factor sobre la trama. Hamlet no había sido expuesto a los seres que se ocultan en el bosque. Sólo sus parientes por línea masculina podrían haberío embrujado. Dejando fuera parientes no mencionados por Shakespeare, tenía que ser Claudio quien estaba intentando hacerle daño. Y, por supuesto, él era.

De momento me protegí de las preguntas diciendo que el gran jefe también se negaba a creer que Hamlet estuviera loco debido simplemente al amor de Ofelia. «El estaba seguro de que algo mucho más importante estaba afligiendo el corazón de Hamlet».

«Los compañeros de edad de Hamlet», continué, «habían traído con ellos a un famoso contador de historias. Hamlet decidió hacer que aquel narrador contara al jefe y a todo el poblado la historia de un hombre que había envenenado a su hermano porque deseaba a la esposa de éste, y porque además quería convertirse él mismo en jefe. Hamlet estaba seguro de que el gran jefe no podría escuchar la historia sin dar algún signo de ser realmente culpable, y de este modo podría descubrir si su difunto padre le había dicho la verdad o no».

El anciano interrumpió, con profundo ingenio, «¿Por qué habría un padre de engañar a su hijo?»

«Hamlet no estaba seguro de que fuera realmente su padre muerto», respondí evasivamente. Era imposible, en esa lengua, decir nada sobre visiones inspiradas por el demonio.

«Quieres decir» exclamó, «que en realidad era un presagio, y que él sabía que a veces los brujos envían falsos presagios. Hamlet fue tonto por no acudir antes que nada a alguien versado en leer presagios y adivinar la verdad. Un hombre-que-ve-la-verdad le podría haber dicho cómo murió su padre, si realmente había sido envenenado, y si hubo en ello brujería o no la hubo; luego podría haber convocado a los ancianos para tomar una determinación»

El anciano perspicaz se atrevió a disentir. «Al ser un gran jefe el hermano de su padre, un hombre-que-ve-la-verdad podría haber tenido miedo de decirla. Yo creo que es por esa razón por la que un amigo del padre de Hamlet -anciano y brujo- envió un presagio, para que así el hijo de su amigo lo supiera. ¿Era cierto el presagio?

-Sí, dije, dejando de lado fantasmas y demonios; tendría por fuerza que ser un presagio enviado por un brujo. «Era cierto, por lo que cuando el contador de historias estaba contando su cuento ante todo el poblado, el gran jefe se levantó descompuesto. Por miedo a que Hamlet supiera su secreto, planeó matarlo».

El escenario de la siguiente secuencia presentaba algunos problemas de traducción. Comencé, con prudencia. «El gran jefe pidió a la madre de Hamlet que le sonsacara lo que sabía. Mas, previendo que para una madre su hijo está siempre por encima de todo, hizo esconder al anciano Polonio tras unas telas que colgaban junto a la pared de la choza de dormir de la madre de Hamlet. Hamlet comenzó a increpar a su madre por lo que había hecho».

Hubo un asombrado murmullo por parte de todos. Un hombre nunca debe reprender a su madre.

«Ella gritó asustada, y Polonio se movió tras la tela. Hamlet exclamó: ¡Una rata!', y tomando su machete dio un tajo que la atravesó>. Aquí hice una pausa para darle efecto dramático. «¡Había matado a Polonio!»

Los ancianos se miraron unos a otros con supremo disgusto. «¡Ese Polonio era realmente un necio y un ignorante! Hasta a un niño se le habría ocurrido decir: '¡Soy yo!'» Con repentino dolor, recordé que estas gentes son ardientes cazadores, siempre armados de arco, flechas v machete; al primer movimiento entre la maleza hay ya una flecha lista apuntando, y el cazador grita «¡Va!». Si no contesta voz humana inmediatamente, la flecha sigue su camino. Como cualquier buen cazador, Hamlet había gritado, «¡Una rata!».

Me lancé, a salvar la reputación de Polonio. «Polonio habló. Hamlet le había oído. Pero pensó que era el jefe, y quiso matarlo para vengar a su padre. Ya había querido hacerlo antes, esa misma tarde ... ». Interrumpí la narración, incapaz de explicar a esta gente pagana, que no cree en la supervivencia individual tras la muerte, la diferencia entre bien morir rezando y morir «sin comunión, sin preparación, sin sacramentos».

Esta vez había impactado en serio a la audiencia. «Que un hombre levante su mano contra el que, siendo hermano de su padre, se ha convertido en padre para él es algo terrible. Los ancianos deberían dejar que sea embrujado un hombre semejante».

Mordisqueando perpleja mi pedazo de nuez de cola, señalé que, después de todo, era quien había matado al padre de Hamlet.

«No», sentenció el anciano, hablando menos para mí que para los jóvenes allí sentados entre los mayores. «Si el hermano de tu padre ha matado a tu padre, debes recurrir a los compañeros de edad de tu padre; son ellos quienes pueden vengarlo. Nadie puede usar la violencia contra sus parientes de más edad». Le sobrevino otra idea. «Pero si el hermano del padre hubiera sido realmente tan infame como para embrujar a Hamlet y volverlo loco, entonces la historia es realmente buena, porque entonces él mismo sería el causante de que Hamlet, estando loco, no conservara razón alguna y estuviera dispuesto a matar al hermano de su padre».

Hubo un murmullo de aprobación. Hamlet volvía a parecerles una buena historia, pero a mí ya no se me antojaba la misma. Según pensaba en las complicaciones venideras de la trama y los temas, me iba desanimando. Decidí rozar sólo de pasada el terreno peligroso.

«El gran jefe», continué, «no sentía que Hamlet hubiera matado a Polonio. Eso le daba una razón para enviarle lejos, acompañado por sus dos infieles compañeros, con cartas para un jefe de un lejano país que, decían que debía ser asesinado. Pero Hamlet cambió lo que estaba escrito en las cartas, de forma que en su lugar mataron a éstos». Encontré una mirada llena de reproche por parte de uno de los hombres a quienes yo había dicho que una falsificación indetectable de la escritura no sólo era inmoral, sino que estaba más allá de la habilidad humana. Miré hacia otro lado.

«Antes de que Hamlet pudiera regresar, Laertes volvió para el funeral de su padre. El gran jefe le contó que Hamlet había matado a Polonio. Laertes juró matar a Hamlet por esto, y porque su hermana Ofelia, al saber que su padre había sido muerto por el hombre a quien amaba, se volvió loca y se ahogó en el río».

«¿Ya te has olvidado de lo que te hemos dicho?», me echó en cara el anciano. «No se puede tomar venganza de un loco; Hamlet mató a Polonio en su locura. Y en cuanto a la chica, no es que simplemente se volviera loca, sino que se ahogó. Sólo la brujería puede hacer que la gente se ahogue. El agua por sí misma no hace ningún daño, es sencillamente algo que se bebe o en donde uno se baña».

Empecé a enfadarme. «Si no te gusta la historia, no sigo».

El anciano hizo unos ruidos apaciguadores y me sirvió personalmente algo más de cerveza. "Tú cuentas bien la historia, y te estamos escuchando. Pero está claro que los ancianos de tu país nunca te han explicado lo que realmente significa. ¡No, no me interrumpas! Te creemos cuando dices que vuestra forma de matrimonio y vuestras costumbres son diferentes, o vuestros vestidos y armas. Pero la gente es similar en todas partes. Allí donde sea siempre hay brujos, y somos nosotros, los ancianos, quienes sabemos cómo funciona la brujería. Te dijimos que era el gran jefe el que quería matar a Hamlet, y ahora tus propias palabras confirman que teníamos razón. ¿Qué parientes varones tenía Ofelia?»

«Solamente su padre y su hermano». Hamlet claramente se me había escapado de las manos.

«Tiene que haber tenido más; esto es algo que también debes preguntar a tus mayores cuando vuelvas a tu país. Por lo que nos cuentas, y dado que Polonio estaba muerto, debe haber sido Laertes quien mató a Ofelia, aunque no veo la razón».

Ya habíamos vaciado uno de los cuencos de cerveza, y los hombres discutieron el tema con un interés rayano en lo ebrio. Finalmente uno de ellos me preguntó, «¿Qué dijo a su vuelta el criado de Polonio?»

Retomé con dificultad a Reinaldo y su misión. «No creo que regresara antes de la muerte de Polonio».

«Escucha», dijo el más anciano de todos, «y te diré cómo ocurrió y cómo sigue tu historia, y tú me puedes decir si estoy en lo correcto.

Polonio sabía que su hijo se metería en problemas, y efectivamente así fue. Tenía muchas multas que pagar por sus peleas, y deudas de juego. Pero sólo había dos maneras de conseguir dinero rápidamente. Una era casar a su hermana de inmediato, pero es difícil encontrar a un hombre que quiera casarse con una mujer deseada por el hijo de un jefe. Porque, si el heredero del jefe comete adulterio con tu mujer, ¿tú qué puedes hacerle? Sólo a un loco se le ocurriría plantear un pleito a alguien que puede ser quien te juzgue en el futuro. Por eso Laertes tuvo que seguir el segundo camino: matar por brujería a su hermana, ahogándola, para poder vender su cuerpo en secreto a los brujos».

Opuse una objeción. «Su cuerpo fue encontrado y enterrado. De hecho, Laertes saltó a la fosa para ver a su hermana por última vez. Por tanto, como ves, el cuerpo realmente estaba allí. Hamlet, que acababa de llegar, saltó también detrás de él».

«¿Qué os dije?» El más anciano se dirigió a los demás. «No es que Laertes estuviera tratando precisamente bien al cuerpo de su hermana. Hamlet procuró estorbarle, porque al heredero del jefe, igual que a cualquier jefe, no le gusta que ningún otro hombre se enriquezca ni se haga poderoso. Laertes se pondría furioso, porque había matado a su hermana sin sacar de ello ningún beneficio. En nuestro país, ese motivo hubiera bastado para que intentara asesinar a Hamlet. ¿Es eso lo que pasó?»
«Más o menos», admití. «Cuando el gran jefe encontró que Hamlet aún vivía, animó a Laertes a que tratara de matarlo y se las apañó para que hubiera una pelea de machetes entre ellos. En la lucha ambos cayeron heridos de muerte. La madre de Hamlet bebió una cerveza envenenada que el jefe había dispuesto para Hamlet en el caso de que ganara la pelea. Cuando vio a su madre morir a causa del veneno, Hamlet, agonizando, consiguió matar al hermano de su padre con su machete».

«¿Veis? ¡Tenía razón!», exclamó.

«Era una historia muy buena», añadió el anciano jefe, «y la has contado con muy pocos errores. Sólo había un error más, justo al final. El veneno que bebió la madre de Hamlet obviamente estaba destinado al vencedor del combate, quienquiera que fuese. Si Laertes hubiera ganado, el gran jefe lo habría envenenado para que nadie supiera que él había tramado la muerte de Hamlet. Así, además, ya no tendría que temer la brujería de Laertes; hace falta un corazón muy fuerte para matar por brujería a la propia hermana».

Envolviéndose en su raída toga, el anciano concluyó: «Alguna vez has de contarnos más historias de tu país. Nosotros, que somos ya ancianos, te instruiremos sobre su verdadero significado, de modo que cuando vuelvas a tu tierra tus mayores vean que no has estado sentada en medio de la selva, sino entre gente que sabe cosas y que te ha enseñado sabiduría».
(*).

Fuente: Laura Bohannan, "Shakespeare en la selva", en Lecturas de antropología social y cultural. En: Temakel el sitio web de Esteban Ierardo

sábado, 6 de septiembre de 2008

Artes, ciencias y educación: diálogos imprescindibles



Pequeños universos - CANAL ENCUENTRO

Arte y ciencia

(...) entendemos que la única vía posible para revolucionar la política clásica y la política de subjetivación que hegemonizan el mundo globalizado en el que vivimos, es asumir el desafío de una desterritorialización que nunca hemos podido solidificar para luego capitalizar en la lucha por la liberación: la imbricación de las metas concientes, volitivas, orientadoras e imprescindibles de las CIENCIAS sociales y sus militancias políticas, con los efectos inconscientes, corporales, sensibles, provocadores de deseos, pasiones y nuevas vulnerabilidades para con el Otro que sólo logra la producción y el intercambio que únicamente funda el ARTE.
Pero ¿De qué tipo de ciencia y de qué tipo de arte estamos hablando aquí?
Se trata de una ciencia y un arte capaces de abrirse uno al otro, una ciencia como la que describe Agnes Heller y un arte como el que Alicia Entel propone siguiendo a Herbert Marcuse.
Dice Heller en “Políticas de la posmodernidad”:
“En un aspecto, al menos, las ciencias sociales no han fracasado: han proporcionado autoconocimiento y nunca han cesado de proporcionar autoconocimiento de la sociedad moderna, de una sociedad contingente, de una sociedad entre muchas otras, nuestra sociedad. Las ciencias sociales nunca pueden proporcionar un tipo de conocimiento que sea “cierto”, porque ningún autoconocimiento es cierto, y sin embargo proporcionan un tipo de conocimiento con el que podemos transformar nuestra contingencia en destino. La modernidad occidental es nuestra contingencia. En vez de destruirla, podemos transformarla en nuestro destino. Esta afirmación puede parecer extraña, aunque en realidad transmite un mensaje absolutamente simple. Un individuo ha transformado su contingencia en destino si ha llegado a tener conciencia de que ha conseguido lo mejor de sus prácticamente infinitas posibilidades. Una sociedad ha transformado su contingencia en destino si los miembros de esta sociedad llegan a tener conciencia de que no les gustaría vivir en otro lugar o en otra época que aquí y ahora. Y es sólo nuestra sociedad moderna la que puede convertir su contingencia en su destino porque sólo ahora hemos llegado a tener conciencia de nuestra contingencia. La esfera de la ciencia social puede proporcionar actores contemporáneos con el conocimiento verdadero y significativo, que es indispensable para que tal proyecto sea planeado y llevado a cabo. Podemos aún buscar la certeza, en la metafísica, en el arte, la religión, el vínculo humano y a veces incluso encontrarla. Pero la ciencia social no nos prometerá certeza: al contrario, nos dará libertad.”[1]
Mientras Alicia Entel explica:
“Como la cultura del capitalismo tardío se ha empeñado en “reconciliar arte y vida pero con el costo de acabar con la forma estética –es decir con la posibilidad de ruptura- esto me llevó –sostiene Marcuse- a la idea de que incluso en una sociedad libre subsistirá el arte, aun cuando no sabemos en qué forma, porque el arte es una de las invariantes históricas...”.
Frente a la cotidianización del objeto artístico (...), Marcuse insiste en que el arte es fundamentalmente estetización de contenidos. “Si se abandona la forma estética, se ha abandonado el propio arte”. Quedaría entonces como el núcleo vigía que alimenta lo utópico en lo existente.
Resta, no obstante, un problema que es el de la verdad en el arte y en la teoría.
“La verdad del arte –afirma Marcuse- no está, según mi tesis, ni en la forma como tal ni en el contenido como tal, sino en el contenido devenido forma en la forma estética. La teoría traslada la realidad a su concepto, lo que significa: des-realización transformadora de la realidad dada. Toda obra de arte es, con respecto a la realidad, poetización, imaginación, hallazgo. La representación del concepto en el arte (función de la fuerza imaginativa productiva) no termina en la sensorialidad normal, sino en su transformación, en un nuevo ver, oír, etc., que a su vez conducen a un nuevo conocer. A todo esto se añade en el arte el recuerdo como fuerza creativa: recuerdo de la felicidad pasada y de la pena pasada no sólo como queja orientada retrospectivamente, sino también como estímulo para la realización de la utopía concreta (Ernest Bloch) como idea regulativa de una praxis futura”
[2]

Si los pueblos de América Latina pudiéramos hacer confluir los aportes de una ciencia que no aspire a conceptualizar “la” verdad objetiva que en realidad no existe y se asumiera como contingente y capaz de brindar (auto)conocimiento verdadero, incertidumbre y libertad junto con un arte que lejos de acabar en la forma estética, la transforme en su contenido, podríamos probablemente convertirnos de modo germinal, activo, democrático y dialógico en un pueblo latinoamericano dueño de su singularidad, enriquecido en su pluralidad, capaz de ocupar un lugar en el mundo a través del logro de recuperar la propia dignidad, de acabar con el hambre, el dolor evitable, la desocupación, la desesperación, la falta de salud, la falta de memoria colectiva, el analfabetismo, la indefensión, la violencia... la injusticia.
“A esa máquina de producción de subjetividad opondría la idea de que es posible desarrollar modos de subjetivación singulares, aquello que podríamos llamar “procesos de singularización”: una manera de rechazar todos esos modos de codificación preestablecidos, todos esos modos de manipulación y de control a distancia, rechazarlos para construir modos de sensibilidad, modos de relación con el otro, modos de producción, modos de creatividad que produzcan una subjetividad singular. Una singularización existencial que coincida con un deseo, con un gusto por vivir, con una voluntad de construir el mundo en el cual nos encontramos, con la instauración de dispositivos para cambiar los tipos de sociedad, los tipos de valores que no son nuestros”[3]
La singularidad, no obstante, no será bien recibida por el sistema de producción de subjetividad capitalística si no se ajusta a sus capacidades de deglución y tergiversación. Sirve al poder la masificación de la iconografía del Che Guevara si está vacía de sentido, si los jóvenes que portan su cara en una remera la eligieron por el color o por la moda y no por el conocimiento y mucho menos la apropiación de lo que puede significar. Sirve si con ella se puede hacer una película de Disney.
La singularidad tiene sus costos y sus riesgos.
“La culpabilización es una funcion de la subjetividad capitalística. La raíz de las tecnologías capitalísticas de culpabilización consiste en proponer siempre una imagen de referencia a partir de la cual se plantean cuestiones tales como: “¿Quién es usted?” “¿Se atreve a tener opinión, en nombre de qué habla?” “¿Qué vale usted en la escala de valores reconocidos en la sociedad?” “¿A qué corresponde su decir?” “¿Qué etiqueta podría clasificarlo?” Y estamos obligados a asumir la singularidad de nuestra propia posición con el máximo de consistencia. Con todo hacerlo solos es frecuentemente imposible pues una posición implica siempre un agenciamiento colectivo. Sin embargo, a la menor vacilación ante esa exigencia de referencia, se acaba cayendo automáticamente en una suerte de agujero, que hace que nos preguntemos: “al fin de cuentas ¿Quién soy yo? ¿Será que soy una mierda?”[4]
Se le exigía a Eduardo Galeano, no desde la derecha recalcitrante enquistada en las clases dominantes, sino desde la academia, desde ciertas universidades y saberes “progresistas”, que explique a qué género pertenecían los textos de Memoria del fuego, o Las venas abiertas de América Latina.
El sistema inspira compulsiones a la clasificación de las creaciones de la singularidad, para poder asirlas, cooptarlas y vaciarlas de sentido. Para esto no se encarna solamente en los tradicionales y esperables agentes y beneficiarios del poder, sino en toda subjetividad ingenua o no, que sea arrastrada por el alud de sus políticas de subjetivación.
El cientista social deberá ser aséptico, objetivo, apartidario y obviamente apolítico. Inodoro, incoloro y sobre todo insípido para que no le guste a nadie. Una ciencia que pueda así “limpiar” las sucias intenciones de quienes pretenden “disfrazar de científica” su intencionalidad ideológica. Cuanto más insípida sea la ciencia, más personas huirán de ella.
Paulo Freire, el incansable pedagogo brasileño que recorrió toda América Latina sembrando sus pedagogías del oprimido y de la esperanza, insistía en argumentar el carácter político de la educación.“Tanto en el caso del proceso educativo como en el del acto político, una de las cuestiones fundamentales es la claridad en relación a saber de quién y de qué, y por tanto contra quién y contra qué, hacemos educación y a favor de quién y de qué, y por tanto contra quién y contra qué, desarrollamos la actividad política. Cuanto más asumimos esta claridad a través de la práctica, más percibimos la imposibilidad de separar lo que es inseparable: la educación de la política. Entonces entendemos con facilidad que no es posible ni tan sólo pensar la educación sin estar atentos a la cuestión del poder.”[5]

María Fernanda Ruiz. Hacer memoria. Buenos Aires, 2006. Cap. 6. "La simultaneidad dictatorial en América latina." (fragmento)

[1] Agnes Heller. “De la hermenéutica en las ciencias sociales a la hermenéutica de las ciencias sociales” en Políticas de la posmodernidad de Heller, A. y Feher, F. Editorial Península. Barcelona. 1989
[2] Alicia Entel. Acerca de la felicidad. Un análisis de tres escritos de Herbert Marcuse. Prometeo Libros. Bs. As. 2004
[3] Véase Felix Guattari, Suely Rolnik. Micropolítica. Cartografías del deseo. Ed. Tinta Limón. Buenos Aires. Argentina. 2005 P. 25
[4] Ídem. P 58
[5] Paulo Freire. Pedagogía del oprimido. Ed. Siglo XXI. Buenos Aires, 2005

miércoles, 3 de septiembre de 2008

“Se invisibilizó el campo crítico”

ENTREVISTA CON MARISTELLA SVAMPA, DOCTORA EN SOCIOLOGIA


A partir de la publicación de un nuevo libro, Svampa reflexiona sobre la investigación social como una condición “anfibia”. Analiza el recorrido de los movimientos sociales, su relación con el poder político y aborda los “elementos contradictorios” del conflicto agrario.

Por Laura Vales
Maristella Svampa acaba de inventar una nueva categoría socio-zoológica: la de investigador anfibio. Después de estudiar la vida en los countries, y de pasar de ahí a los barrios piqueteros sin dejar de estar en la universidad, necesitó ponerle un nombre a ese gusto de repartirse en ecosistemas tan opuestos. Lo encontró en la imagen del anfibio, capaz de vivir en mundos distintos sin perder su naturaleza. La idea aparece en su nuevo libro, Cambio de época (Siglo XXI), que recopila una serie de trabajos escritos de 2002 al presente. El libro es, además, un registro de otros tránsitos, ya que arranca con los desocupados, pasa por las asambleas barriales, visita Cromañón, Puerto Madero y llega, en su último capítulo, a la protesta de las entidades del agro.
La idea “nació de mi experiencia, pero también de lo que veo hoy en los jóvenes”, dice Svampa sobre el carácter anfibio que propone para el investigador. “Es una idea pensada, sobre todo, en función de los nuevos investigadores que a partir de 2001 se plantearon la necesidad de construir una relación diferente con el mundo de los movimientos sociales, que no es instrumental, como suele serlo en la academia, y que no depende de una mirada estrictamente profesional y ajena a las necesidades sociales. Frente a la actual tensión y disociación entre el campo académico y el campo militante, propuse la hipótesis del carácter ‘anfibio’ del intelectual, para dar cuenta de que los que tenemos un pie en cada mundo, no queremos renunciar a ninguno de ellos y buscamos pensar sus articulaciones. La propuesta salió de la necesidad de clarificar una doble exigencia: la academia, con su demanda de distancia, y la militancia, con su demanda de compromiso absoluto.”
–¿Eso se vive como un tironeo?
–Como un desgarramiento que lleva a optar por un mundo o el otro. Yo he visto jóvenes investigadores muy buenos que quedaron completamente absorbidos en la lógica de los movimientos sociales, pero que aportarían más si desarrollaran su potencialidad como investigadores críticos. Por otro lado, están los que dicen “ya no puedo seguir haciendo militancia”. Porque la academia es muy exigente, exige dedicación full time, y hoy en día es mucho más duro para la gente joven porque los niveles de competencia para acceder a una beca o a una cátedra son mucho más altos que hace diez años.
–¿Es difícil en la Argentina ser crítico con los movimientos sociales? Usted empezó escribiendo sobre los countries, pero no debe haber sido igual.
–Con los countries y barrios privados yo no tenía ninguna empatía. Tuve, sí, la intención de no desarrollar una mirada ideologizada, no condenarlos de antemano; traté de dejar de lado mis prejuicios. Y, de hecho, tenía que hacer ese esfuerzo todo el tiempo porque iba con dos investigadoras asistentes más jóvenes, que hacían crisis porque no soportaban.
–¿Qué no soportaban?
–El cinismo y la ostentación de algunos de los habitantes de los countries. No lo toleraban y tenían reacciones a la salida de las entrevistas... En el caso de los movimientos sociales fue totalmente distinto, tiene que ver con un compromiso político, con el acompañamiento de luchas vinculadas con la justicia. En ese sentido, hay un lazo que produce una empatía fuerte, ya no hay rechazo sino identificación. Pero el riesgo que trae es no producir conocimiento. Por ejemplo, hubo trabajos sociológicos que no hicieron más que reproducir la voz de los actores... En ese sentido, creo que en el libro hay críticas hacia afuera y también hacia adentro, sobre qué ha pasado en el interior de los movimientos sociales para que estemos en un momento de tal fragmentación. Y no hablo solamente del movimiento piquetero sino de las asambleas barriales, de las luchas socio-ambientales y de movimientos como el de Cromañón.
–En el libro, usted sostiene que la crisis de 2001 dio al peronismo la oportunidad histórica de recomponerse.
–Sí, el peronismo había perdido pie en el mundo popular, lo cual no significa que había perdido hegemonía, pero habían nacido experiencias disruptivas en el interior de ese mundo que antes se veía como homogéneo.
–¿Cómo fue esa recomposición?
–A partir del gobierno de Eduardo Duhalde, cuando se implementó el Plan Jefes y Jefas de Hogar, con el que tuvo la gran oportunidad, a través de una lógica clientelar, de reconquistar ese campo enorme en el que la precariedad, la pobreza y la exclusión se habían generalizado. Duhalde masificó la acción clientelar y en ese sentido –porque la propuesta del Jefes de Hogar era distinta a los planes anteriores– desactivó y reorientó los emprendimientos productivos de las organizaciones piqueteras. Hubo, además, un conjunto de medidas para reposicionar al peronismo tanto desde arriba como desde abajo, pero, efectivamente, el peronismo empezó a cerrar en 2002 con Duhalde y mucho más con Kirchner, cuando la reapropiación del discurso antineoliberal y el crecimiento económico posibilitaron también otras salidas. En la sociedad coexistían dos tipos de lógica diferentes, había una demanda de solidaridad y también una demanda de orden y normalidad. El kirchnerismo aportó eso, orden y normalidad a partir de una serie de medidas políticas y económicas que luego, a partir de 2004, redefinieron el escenario político.
–Usted cree que las organizaciones piqueteras que se sumaron al Gobierno no se potenciaron.
–No, se adaptaron a las consignas que el Gobierno imparte, y han quedado acopladas al poder, han perdido capacidad disruptiva, esa capacidad para proponer temas nuevos, nuevas demandas.
–Pero, ¿y las otras? Tampoco lo están haciendo, aunque se hayan mantenido en la oposición.
–La cuestión fundamental es por qué las organizaciones ligadas al Gobierno no pudieron ampliar la agenda, y tienen más bien un lugar instrumental y satelital dentro de él. En el caso de las otras, efectivamente muchas se debilitaron.
–Por otra parte, el reclamo de orden y normalidad, ¿puede pensarse sólo en relación con el peronismo? ¿No estaba también dentro de la izquierda?
–En un artículo hablo de tres tradiciones que conviven en el campo militante argentino: la nacional popular, que se ha reactivado a nivel nacional y latinoamericano; la izquierda tradicional, ligada a una manera de pensar el partido y la organización que tuvo efectivamente graves problemas para ver lo novedoso que se estaba gestando y buscó hegemonizar los procesos. Y una tercera narrativa, la autonomista, que choca contra esa vieja izquierda, forma parte de un nuevo ethos militante, pero construye organizaciones débiles. En la Argentina, lamentablemente, estas tres tradiciones, en lugar de buscar conciliar y articularse, colisionaron entre sí. Esto no ayudó sino a crear más fragmentación y contribuyó a un cierre en el que nuevamente se invisibilizó el campo militante crítico. Si uno lo mira en contrapunto, en Bolivia también hay tradiciones político ideológicas diferentes y un conglomerado de movimientos sociales, pero estas organizaciones, en las que la matriz indigenista es muy importante, lograron articular en función de consignas comunes.
–Los movimientos sociales, según apunta en Cambio de época, usan la asamblea y la acción directa. Las dos aparecieron en el conflicto con las entidades del agro, utilizados por actores que no podríamos llamar pobres.
–Hay una tendencia en los que acompañamos las luchas sociales a pensar que todo lo que viene de abajo es bueno, que lo asambleario es virtuoso en sí mismo. Yo creo que la forma asamblea es una característica de los movimientos sociales, pero si ésta no aparece asociada a un ideal emancipatorio, corre el riesgo de desvirtuarse. El conflicto con los sectores agrarios mostró esto, la funcionalidad de la forma asamblea, que desarrolló elementos muy pragmáticos, y sirvió para la acumulación política de sectores de derecha. Pero estamos hablando de un conflicto que se declinó en diferentes niveles, en la medida en que también incluyó la demanda de una distribución más democrática del poder político hacia un gobierno que ha concentrado poder de una manera exacerbada, desarrollando una relación instrumental hasta con sus aliados. Esa construcción del poder político fue otro de los elementos en juego en este gran conflicto. Por otro lado, yo no acuerdo con la lectura binaria que hizo el Gobierno, alentando una falsa polarización. Este no es un gobierno que propone una hipótesis de redistribución del poder social; en este sentido, veo a una gestión con más continuidades que rupturas respecto de los moldes de dominación de los ’90.
–¿Vio realmente una demanda de más democracia? El reclamo contra las retenciones, ¿cree que buscaba una sociedad menos desigual?
–Fue un conflicto político complejo, porque coexistieron elementos contradictorios ya que, además de los prejuicios clasistas y racistas, había en vastos sectores medios una demanda de distribución del poder político, visiblemente concentrado en el matrimonio presidencial. Y ambas cosas deben ser registradas.



http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-110752-2008-09-01.html



Desafiante y polémica Maristella para los refugios unívocos, su propuesta del ser "anfibio" como articulación de roles...

Bienvenido todo intento de recuperación de la reconstrucción de sentido, de génesis lingüística, en ponencias dialécticas que proponen articular en esta época, insumo imprescindible para las dinámicas emancipadoras, que reimpulsen un pensamiento crítico, un reflexionar en Espacios de Convivencia Inclusiva donde retroalimentarnos con las acciones que podamos ir articulando.

Un abrazo solidario,
Ricardo.