EL PERIODISTA RAUL ZIBECHI SOBRE LA EDUCACION POPULAR EN LATINOAMERICA
El especialista estuvo dando una charla en Rosario y analizó el momento de la educación popular después de 30 años. Cómo hoy está dentro de los propios movimientos sociales y políticos y aún adoptada implícita o explicitamente, por los estados.
Por Alicia Simeoni
Foto: Alberto Gentilcore
Las posibilidades de la educación popular para dar cabida a la autoestima y a la fortaleza política de los sujetos sociales, como son los movimientos surgidos en la etapa del neoliberalismo en Latinoamérica; son analizadas por el periodista uruguayo y analista internacional, Raúl Zibechi. Este miembro del consejo de redacción del semanario Brecha de Uruguay y columnista de La Fogata Digital y del diario La Jornada, de Méjico, estuvo en Rosario para dar un seminario intensivo, justamente sobre el papel de la educación en los movimientos sociales que fue organizado por la Asociación del Magisterio de Santa Fe, seccional Rosario, la Asociación Trabajadores del Estado y el sindicato que nuclea a los docentes universitarios, COAD, junto a la Escuela de Ciudadanía de Rosario y al Centro de Apertura Multicultural en Pichincha. Las experiencias del Movimiento de los Sin Tierra (Brasil) y de los zapatistas (Méjico).
Zibechi piensa en los movimientos sociales a los que considera "de nuevo tipo", es decir "aquellos que nacen en el período neoliberal, en los últimos 20 años, y que tienen, según explica, una impronta diferente a los del período anterior para los que la formación venía, o bien de la academia o de los partidos políticos. "Se trataba de una formación externa a los movimientos, en cambio hoy tenemos un conjunto de experiencias", entre las que enumera a la Central de Trabajadores de la Argentina, y a Madres de Plaza de Mayo, "que buscan una formación propia, dirigida por sí mismos y no dependiente, aunque en relación, con la academia o los partidos políticos".
Cuando Zibechi habla de la educación en los movimientos menciona desde los más desarrollados en Latinoamérica, tal el caso de los Sin Tierra en Brasil o los zapatistas, en Méjico, hasta las acciones que pueden emprenderse en colectivos más pequeños, casi barriales. "Entiendo la educación popular más allá de lo que fue en su inicio el trabajo de Paulo Freire y tiene un sentido más amplio como la formación de la gente activa y organizada en movimientos. Una formación autocentrada y destinada a fortalecer al propio colectivo, a permitir que los saberes ya existentes, individuales y colectivos, se expresen, se expliciten y sirvan para darle cuerpo, autoestima, fuerza política e identidad al propio movimiento. La educación popular, después de tres décadas, se ha vuelto casi de un sentido común en la mayoría de los movimientos de nuevo tipo. Es difícil encontrar espacios en los que las reuniones no tengan algún sentido formativo, pedagógico", dijo a Rosario/12 .
Sobre la educación popular también se abre la nómina de algunos problemas, entre ellos uno al que Zibechi considera importante, que es el de la institucionalización. "Hoy encontramos educación popular en los ministerios sociales, así es en Uruguay y supongo que en el que está a cargo de Alicia Kirchner también. El estado asumió explícitamente, o no, la educación popular". La del Programa Juana Azurduy es una de las formas del Estado partiendo de las premisas de la educación popular.
-En el marco de esta alternativa educativa ¿todo es creatividad o se presentan dificultades?
-Cuando un movimiento político y social como la educacion popular triunfa, y hasta se instala como sentido común, surgen problemas nuevos y también interrogantes. ¿Hasta qué punto hoy la educación popular es un elemento que contribuye a la formación, organización y concientización de los sectores populares, o también contribuye al disciplinamiento?
-Como que se reprodujeran prácticas autoritarias...
-Sí, las lógicas disciplinantes. Es una pregunta con final abierto para la cual no hay una respuesta acabada, ya que hay que ver las prácticas concretas. Lo que se debe analizar es que no se agote esta forma de educación que es el empoderamiento, la autoestima y el fortalecimiento de un sujeto social. También hay que decir que la educación popular puesta en movimiento, en el seno de los movimientos, produjo, y sigue haciéndolo, un desarrollo de nuevas pedagogías. Esto es muy claro en experiencias como la de los Sin Tierra, que hace 25 años empezaron a trabajar el tema educativo en base a la pedagogía de Paulo Freire, y luego desarrollaron otras nuevas pedagogías y formas educativas que la superan, profundizan, enraizan y dan pie a lo que ellos denominan una pedagogía de la tierra. Así no hay una técnica ya prevista, sino la apropiación del conjunto de las concepciones y experiencias existentes para ponerlas en circulación, en movimiento y en cada situación adaptar aquellas que más sirven para fortalecer a un sujeto social.
-¿El destinatario es el sujeto social con todos los integrantes del movimiento?
-Yo diría que son las y los oprimidos organizados en colectivos del más variado tipo, rurales, urbanos en general, los pobres que asumen la educación popular y la hacen girar. También la profundizan y en las mejores prácticas tienden a modificar el rol del coordinador hasta convertirlo en uno más del colectivo, al punto que cuando la experiencia es potente, la relación sujeto-objeto en ese colectivo se diluye y hay un autoaprendizaje entre todos y circular. Cuando la formación y la educación son profundas, tienen un resultado no previsto. Por eso pueden verse algunos asentamientos de los Sin Tierra, como en el caso de la zona de Río Grande, donde hay instancias de evaluación colectiva y circular, unos van evaluando a otros. El rol del maestro, casi por encima, desaparece.
Zibechi señaló a este diario que hay que distinguir los conceptos y acciones que tienen que ver con la educación y con la formación. La primera está dedicada a los niños, en cambio la formación es, en general, la de los activistas, adultos.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/18-14902-2008-08-24.html
Territorios en resistencia
Raúl Zibechi acaba de publicar Territorios en resistencia - Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas, una investigación sobre el significado geopolítico y lo que está en juego en esos territorios que crecen por fuera del mercado y el Estado. El rol de los gobiernos. Los planes sociales, las oenegés y la educación popular: las nuevas formas de dominación en la batalla por el control de los movimientos sociales.
Aquí, un regalo para los lectores de lavaca: la introducción de este trabajo indispensable para pensar cuáles son las estrategias de vida y resistencia que se están gestando alrededor de las grandes ciudades del continente.
Territorios en resistencia Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas
Raúl Zibechi – (lavaca editora– 2008)
Introducción
En los últimos veinte años tuve la posibilidad de visitar múltiples rincones de América Latina, donde los de abajo se empeñan en convertir sus iniciativas colectivas para la sobrevivencia en espacios para resistir el sistema hegemónico. Pude conocer algunas experiencias notables, compartir con las y los actores sobre los modos y formas de construir sus vidas cotidianas, y luego ampliar lo allí convivido a través de abundante bibliografía.
Lo que aprendí junto a esos colectivos me reafirmó en la convicción de que en América Latina, al calor de las resistencias de los de abajo, se han ido conformando “territorios otros”, diferentes a los del capital y las multinacionales, que nacen, crecen y se expanden en múltiples espacios de nuestras sociedades. Puede objetarse que las formas de construcción de los movimientos indígenas en áreas donde habitan desde hace siglos, no deben compararse con las experiencias urbanas de los sectores populares. Las diferencias entre unos y otros son inocultables, empezando por el simple hecho de que la presencia estatal en esos lugares es débil, lo que facilita la existencia de formas de vida heterogéneas. Pero tampoco podemos dejar de lado, que las experiencias de esos sectores a menudo se entrelazan y que en no pocas ocasiones tienden a tomar camino, si no idénticos, por lo menos similares.
Las experiencias educativas, ancladas en lo bilingüe, los cuidados de la salud en base a los saberes ancestrales, la renovación y reconocimiento de la justicia y de formas de poder apoyadas en las tradiciones comunitarias, pueden servir para confirmar las inexorables diferencias entre el mundo rural indígena y el urbano popular. Es enteramente cierto que entre los indios de nuestro continente sobreviven y se han recreado tradiciones diferentes a las que vemos en los sectores populares urbanos, entre ellas, y de forma destacada, la lengua propia.
Pero no es menos cierto que los sectores populares son portadores de relaciones sociales también diferentes a las hegemónicas, aunque no asimilables a las de los indígenas. Sin embargo, no es a través de estudios de carácter antropológico o sociológico como podemos desentrañar el carácter de esas diferencias. Los pueblos, sus culturas y cosmovisiones, no pueden ser comprendidos desde metodologías de carácter “científico”, o sea, sólo a través de estudios cuantitativos y estructurales. No se trata de medir las diferencias sino de comprenderlas a través de su despliegue y su visibilización, de los rastros y realizaciones concretas que van dejando estelas y huellas, materiales y simbólicas.
Estoy firmemente convencido, como sugiere James Scott, de que los de abajo (ese amplio conglomerado que incluye a todos, y sobre todo todas, quienes sufren opresión, humillación, explotación, violencias, marginaciones...) tienen proyectos estratégicos que no formulan de modo explícito, o por lo menos no lo hacen en los códigos y modos practicados por la sociedad hegemónica. Detectar estos proyectos supone, básicamente, combinar una mirada de larga duración con un énfasis en los procesos subterráneos, en las formas de resistencia de escasa visibilidad pero que anticipan el mundo nuevo que los de abajo entretejen en la penumbra de su cotidianidad. Esto requiere una mirada capaz de posarse en las pequeñas acciones con la misma rigurosidad e interés que exigen las acciones más visibles y notables, aquellas que suelen “hacer historia”.
Larga duración, porque sólo en ella se despliega el proyecto estratégico de los de abajo, no como programa definido y delimitado sino a través de grandes trazos que apuntan en una dirección determinada. Esa dirección, en América Latina, nos habla de creación de territorios, rasgo diferencial de los movimientos sociales y políticos respecto a lo que sucede en otras latitudes. En paralelo, en la larga duración pueden hacerse visibles los pliegues internos –claves para comprender los proyectos de nuestros pueblos – que resultan invisibles al observador externo.
Aunque los territorios de los movimientos abren nuevas posibilidades para el cambio social, no representan, empero, ninguna garantía de transformación liberadora. En las periferias urbanas de muchas ciudades latinoamericanas, he visto territorios de la complejidad y la diversidad, de la construcción de relaciones sociales horizontales y emancipatorias donde se registran formas de vida heterogéneas, junto a territorios donde la dominación reviste las vulgares formas de la militarización vertical y excluyente. Transitar de un barrio a otro, cruzando apenas una avenida, puede representar un cambio brusco entre la dominación y la esperanza.
Como toda creación emancipatoria, los territorios urbanos están sometidos al desgaste ineludible del mercado capitalista, a la competencia destructiva de la cultura dominante, la violencia, el machismo, el consumo masivo y el individualismo, entre otros. Los territorios de los sectores populares urbanos –a los que está en gran parte dedicado este libro– nacieron y buscan crecer en el núcleo más duro de la dominación del capital, en las grandes ciudades que son sede natural de las viejas y nuevas formas de control social, que contribuyen a lubricar la acumulación de capital. Ya sea por la vía represiva o por la interiorización de la cultura neoliberal, estos emprendimientos han venido siendo acosados desde que nacieron, hace más o menos cuatro décadas, en todas las periferias urbanas de este continente. Con el tiempo, están aprendiendo a sortear este conjunto de adversidades, a veces desarmando algunos de sus más queridos proyectos, como me han enseñado los compañeros del Movimiento Social Dignidad, de Cipolletti. Para no ser atrapados por la lógica identitaria del capital, capaz de devorar todo aquello que se congela pese a haber sido creado con prácticas emancipatorias, los desocupados organizados de esa ciudad decidieron desarmar, o mejor, parar por un tiempo, los emprendimientos productivos, entre ellos la panadería y la bloquera, que les proporcionaban buenos ingresos. Para seguir avanzando, para comenzar a trabajar con aquellos que más necesidad tienen de movimiento –adolescentes, niños y niñas destrozados por la pobreza– se vieron forzados a poner en cuestión todo lo que venían haciendo, para abrirles un espacio en sus almas y en sus cuerpos, como hubiera dicho León Felipe.
Los territorios urbanos donde han arraigado los movimientos que trabajan por la emancipación, están sufriendo nuevas e inesperadas embestidas por parte de actores nacidos a menudo en el seno de esos mismos movimientos. Se trata de un proceso que se puede fechar hacia la década de 1990, con el acceso a los gobiernos municipales de fuerzas de izquierda como el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay, y otras fuerzas de izquierda en una porción significativa de las ciudades latinoamericanas. De la mano de la “descentralización con participación”, se pusieron en marcha proyectos como el Presupuesto Participativo en Porto Alegre; experiencias que tuvieron nombres y protagonistas diferentes, pero características similares en otras urbes. Desde el punto de vista de los sectores populares organizados en movimientos, estas experiencias no fueron felices, ya que propiciaron la desarticulación de toda una camada de organizaciones populares, más allá de la voluntad de sus promotores. El problema que enfrenta la dominación en América Latina, es que en las últimas décadas las poblaciones se levantan, se insurreccionan, y desde el Caracazo de 1989 lo hacen de modo regular. El panóptico se ha vuelto arcaico: aunque sigue funcionando, no es el medio fundamental de control. Lo que se requiere para gobernar grandes poblaciones que cambian y buscan el cambio, son formas de control a distancia, más sutiles, que trabajen en relación de inmanencia respecto a las sociedades, y para eso los movimientos juegan un papel fundamental. De ahí la necesidad de contar con ellos, ya no reprimirlos y marginarlos.
Podemos decir que los estados que dirigen Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez, por poner los ejemplos más obvios pero no los únicos, son hijos del arte de gobernar. Ya no estamos ante los estados benefactores o ante los estados neoliberales prescindentes, sino ante algo inédito, que sobre la base de la fragilidad heredada del modelo neoliberal busca desarrollar nuevas artes para mantenerlos en pie, dotarlos de mayor legitimidad y asegurar así su supervivencia siempre amenazada.
En la favelas de Brasil, en las villas de Argentina y en los asentamientos de Uruguay, los activistas sociales ya no están solos. Algunas décadas atrás, el Estado sólo aparecía vestido de uniforme policial o militar, o a través de caudillos patriarcales hoy en decadencia. Ahora el Estado reconoció el papel del territorio y de los movimientos territoriales, y los movimientos reconocen el nuevo papel del Estado. Y juntos, a partir de ese reconocimiento, están creando algo nuevo: las nuevas formas de dominación. Es éste un cambio de larga duración, destinado a introducir una poderosa cuña estatal en las periferias urbanas, pero ya no de un Estado puramente represivo sino algo más complejo y “participativo” que, no obstante, persigue el mismo fin: adelantarse a lo que pueda suceder, en suma, “evitar la revolución”. Es ahora un Estado capilar, porque gracias al arte de gobernar ha permeado los territorios de la pobreza con mucha mayor eficiencia que los caudillos clientelares del período neoliberal. Esos caudillos actuaban de modo vertical y autoritario, y por lo tanto siempre podían ser desbordados y, más aun, estaban destinados a ser desbordados.
Estamos transitando nuevas formas de dominación. Poco importa que vengan de la mano de fuerzas que se proclaman de izquierda, porque las nuevas artes de gobernar las desbordan y las incluyen a la vez. No es que las izquierdas se hayan propuesto hacerlo así, sino que les tocó gobernar en un período en el que están surgiendo nuevas gobernabilidades. En otras partes del mundo, Irak por ejemplo, algunas de estas “artes” las practican las tropas de ocupación de Estados Unidos. No interesa tanto quién sino cómo.
Lo que está en juego es la supervivencia misma de los movimientos, y de sus territorios como potenciales espacios de emancipación. En la medida que las nuevas formas de gobernar, que suelen ser ensayadas primero a escala municipal, desarticulan los movimientos sociales, pueden ser consideradas como parte del arsenal antisubversivo de los estados. Superar este desafío pasa, entre otros, por comprender lo que está cambiando, asumir las nuevas formas de dominación biopolíticas más allá de quienes las hagan rodar. Que sean las izquierdas las encargadas de hacerlo, no debería sorprender: el panóptico fue una creación de la Revolución Francesa, para enfrentar los desafíos que planteaba la caída del viejo régimen.
Siento, en consecuencia, que los conceptos y las palabras que habitualmente manejamos para describir y comprender nuestras realidades, son inadecuadas o insuficientes para interpretar, y acompañar estas sociedades en movimiento. Como si la capacidad de nombrar hubiera quedado atrapada en un período sobrepasado por la vida activa de nuestros pueblos. Buena parte de las hipótesis y análisis en los que crecimos y nos formamos quienes participamos en el ciclo de luchas de los 60 y 70 se han convertido, glosando a Braudel, en “prisiones de larga duración”. Muy a menudo acotan la capacidad creativa y nos condenan a reproducir lo ya sabido y fracasado. Un nuevo lenguaje, capaz de decir sobre relaciones y movimientos, debe abrirse paso en la maraña de conceptos creados para analizar estructuras y armazones organizativos.
Hacen falta expresiones capaces de captar lo efímero, los flujos invisibles para la mirada vertical, lineal, de nuestra cultura masculina, letrada y racional. Ese lenguaje aún no existe, debemos inventarlo en el fragor de las resistencias y las creaciones colectivas. O, mejor, aventarlo desde el subsuelo de la sociabilidad popular para que se expanda hacia las anchas avenidas en las que pueda hacerse visible y, así, ser adoptado, alterado y remodelado por las sociedades en movimiento. Necesitamos, en fin, poder nombrarnos de tal modo que seamos fieles al espíritu de nuestros movimientos, capaces de transmutar el miedo y la pobreza en luz.
Y tenemos que ser capaces de pensar y vivir en movimiento, como creo que sugieren los compañeros de Cipolletti. Porque los más castigados en nuestras sociedades, esos que no tienen nada que perder sino las cadenas (Marx), para existir, para conjurar la muerte y el olvido, deben mover-se, deslizarse del lugar heredado; en movimiento siempre, porque detenerse implica caer en el abismo de la negación, dejar de existir.
En esta etapa del capitalismo, nuestras sociedades otras sólo existen en movimiento, como tan bien nos enseñan las comunidades zapatistas, los indios de todas las Américas, los campesinos sin tierra y, cada vez más, los condenados de las periferias urbanas. El doble movimiento, la rotación sobre el propio eje y el traslado sobre el plano, son los dos modos complementarios de entender el cambio social: desplazamiento y retorno. En efecto, no alcanza con moverse, desplazarse del lugar material y simbólico heredado; hace falta, además, un movimiento como la danza, circular, capaz de horadar la epidermis de una identidad que no se deja atrapar porque cada giro la reconfigura.
El movimiento, como imagen de la sociedad otra, es, siguiendo al filósofo, la apuesta por la intensidad (flujo o movimiento) frente a la representación; siempre destinada a sacrificar el movimiento en el altar del orden. Cualquier orden. El trompo del cambio social está danzando, por sí mismo. No sabemos durante cuánto tiempo ni hacia dónde. La tentación de darle un empujón para acelerar el ritmo, puede detenerlo, más allá de la mejor voluntad de quien pretenda “ayudar”. Quizá, la mejor forma de impulsarlo sea la de imaginar que nosotros mismos somos parte del movimiento-zumbayllu; girando, danzando, todos y cada uno. Ser parte, aun sin tener el control del destino final.
En: http://lavaca.org/seccion/actualidad/1/1733.shtml
(Territorios en resistencia se puede conseguir Mu.Punto de Encuentro o escribiendo a editora@lavaca.org)
martes, 26 de agosto de 2008
Por el camino que inició Paulo Freire
Etiquetas: Hacer los medios
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